viernes, 23 de noviembre de 2007

El deseo del deseo

"El deseo del otro empieza por desear su deseo", decía más o menos Hegel. Empieza por desear la posesión de su deseo o, simplemente, por haber logrado que su desear se dirija dócilmente a desearnos.

Tal consideración parece, a primera vista, una perogrullada pero tiene la virtud de hacer ver, tras su obviedad, la absoluta verdad de nuestro querer. Queremos al otro como una manera de querernos a nosotros mismos, nos enamoramos del otro cuando a la vez ese amor nos convierte en amantes del yo, fortalecido, embellecido, emperifollado.

La insólita autoestima que brota recíprocamente de los enamoramientos muestra notoriamente esta fundamental ecuación. Se hace prácticamente imposible pensar en un amor a algo, a alguien, a la humanidad o a la animalidad, sin incorporar un tonante amor al ego. Expuesto o encubierto, el ego lo acapara todo, sea a la manera egoísta de un cerco, sea mediante la acción sutil de un hilo, sea al modo nutricio de una sustancia esencial. La transparencia entre el egoísmo y el altruismo, es la base misma del humanismo. Y no lo liaré más.

El otro lugar

Siempre creemos que se está mejor en el sitio donde no estamos. Esta ansiedad contínua que discurre desde la peregrinación a la Tierra Prometida o la utopía de la casita en el campo, nos hace más daño de lo que se cree. El espacio ausente cae sobre el presente como una bomba que perjudica su continuidad. Cualquier queja sobre la situación que vivimos sólo parece que hallará su solución absoluta cuando cambie la situación y ¿quién no sospecha que su situación ha empeorado de tal modo por continuar aquí? Fugarse, escapar, decir adiós a todo esto, componen la constelación de exclamaciones que pugnan por hacer efectiva la traslación. Seríamos otros en otra parte y la otra parte será siempre aquella porción ideal que nos hace sufrir con su ausencia.

La presencia, sin embargo, de esa ausencia constituye aquello a lo que más habrá que temer porque el día en que el ámbito ideal se posee sobre el ámbito real habrá terminado nuestro mundo. Entendiendo por nuestro mundo, por el mundo humano, al par compuesto por la vigilia y el sueño, el sentido común y el delirio, lo patente y lo latente, el dolor y su fantasía de curación.