viernes, 4 de enero de 2008

Estrenar

Estrenar mola. Todo aquello que se encuentra en el comienzo de su ciclo vital contiene en sí mismo, en su propia esencia, la energía de lo que está por venir. A la potencia de lo nuevo son inherentes toda una serie de cualidades que irrigan e irradian vida. Una estancia, una amistad, un trabajo o amor nuevo, emanan un elixir mágico cuyo porvenir congrega, al menos potencialmente, toda suerte de fortunas, rimas y sueños.

Y probablemente pocas ocasiones como la llegada del año nuevo, son capaces de reunir tantos y tan buenos deseos a lo largo y ancho del globo en poco más de 24 horas. Como si de un calambrazo gigante y planetario sacudiera el globo, nadie escatima a la hora de llenarse la boca no sólo de uvas, sino con buenas aspiraciones para el año que empieza. Tan sólo se acaba el año, pero por la magnitud de la puesta en escena y el despliegue de medios, parece que se fuera a acabar el mundo.

Tras el estreno de la resaca, y tras la resaca, todo un universo de nuevos y buenos propósitos para el año de estreno. Podría decirse que, por unas horas, el ser se hace pequeño y se ve incapaz de alcanzar sus deseos si no los manifiesta o concreta de algún modo. Así mucha gente recita en alto y con testigos, e incluso escribe o apunta con letras bien grandes, la listas de las cosas que desea llevar a cabo durante el año que empieza. Un nutrido menú de aspiraciones que suele recrear las diversas variantes del clásico 'salud, dinero y amor'; con algunas sofisticaciones propias de la deconstrucción que caracteriza al siglo XXI. Y claro, como la capacidad del ser a la hora de pedir es infinita, no pasa mucho tiempo antes de que tropecemos de bruces con un galimatías vital que, poco tiene de realidad sino más bien al contrario: parece una vida diseñada en Second Life con toda clase de atávicos retos, que pregonan escasas probabilidades de materializarse.

En primer lugar un clásico: el físico. Esclavizados por las tendencias que imponen los dictados de la imagen, el sufrido individuo acude el 7 de enero al gimnasio de guardia, a ver si hay manera de arreglar los dispendios de las fiestas. En segundo lugar, el dinero. Efectivamente, son legión los que arrancan dispuestos a mejorar su posición laboral -indirectamente, la económica- a base de mejorar su aprendizaje: idiomas, contabilidad, ofimática, diseño de páginas web, etc. Todo tipo de cursos de especialización íntimamente ligados con esa obsesión que entroniza el sistema por ascender, promocionar, medrar, afanarse, conquistar...

Para terminar el podio de las quimeras, el tercer lugar lo ocupa esa inquietante moda que ha convertido en una nueva obligación para el ser, como es el querer estar bien en cualquier momento, lugar o circunstancia. En principio y como propósito, no parece un mal deseo; el problema es pretender que todo cambie sin esfuerzo alguno por nuestra parte, es más, existe el convencimiento generalizado de que el mero hecho de apuntarse a un curso de pilates, yoga, meditación o reiki, por sí sólo bastará para alcanzar tan deseado Nirvana. Y nada más lejos de la realidad porque, nos guste o no, las inercias que trazamos -o que la propia vida deposita en la mochila de nuestra existencia- tienden a enquistarse y no desaparecen hasta que el portador -y propietario- realiza algún gesto eficaz para cambiar; lo cuál siempre lleva asociado algún tipo de esfuerzo consciente.

El resto, son cantos de sirena. Ajustar el reloj biológico con el inicio del año para, simplemente, hacer borrón y cuenta nueva, apenas tendrá sentido si, pese a toda esa interminable pila de nuevos deseos, nadie acciona el botón de "cambio de actitud". La gente está motivada para hacer análisis, pensar en cómo ha sido su año y en qué le gustaría cambiar; es un momento de esperanza, la cuestión es que esos objetivos se suelen desvanecer a la semana siguiente, porque hay mucho optimismo o no son realistas.

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