viernes, 30 de mayo de 2008

La salud del artista

La mística del dolor que acompañó desde el romanticismo la concepción del artista ha ocultado el importante valor de su medicina. La medicina de pintar, componer o escribir como grandes terapias del sufrimiento y holgadas puertas de gozo.

Contrariamente a la idea de que el artista pare o crea con dolor y con el dolor se queda para proseguir su misión, discurre la ecuación de que el dolor se palia escribiendo, pintando, cantando y con la mejoría se logra vivir mejor.

Observado el trabajo del artista dentro del sistema de producción general, no se hallará profesional mejor provisto para hacer frente a las adversidades, las neurosis o los embates de lo real. Mientras la mayoría de los autónomos combaten los problemas que presenta su actividad unívocamente, el artista realiza dos ejercicios a la vez: de un lado se afana en el quehacer profesional y, de otro, viene a afanarse meticulosamente en sí mismo.

Emplear como materia prima el interior personal en lugar de los peces del mar o los frutos del campo, como hace el artista conlleva un privilegio incalculable. Podrá decirse que de investigar o revolver en el interior brotan olores pestilentes y problemas extraños pero, al cabo, se trata de examinarse, analizarse y sopesarse, a la manera de un chequeo médico, continuo y detallado, que los demás no disfrutan.

La otra idea complementaria de que la felicidad es más fácil si no se piensa en sí ni se investiga demasiado, queda contrapesada con la cosecha de experiencias y conocimientos que el desafío creador lleva consigo.

Todos los seres humanos, como anhelaban las vanguardias, podrían considerarse como artistas. Artistas del mueble, de la navegación, de las finanzas, del marketing, pero nadie se contempla con la intensidad del artista convencional siempre exigido por las demandas peculiares de la obra de arte. Dependiente de la inspiración o el azar, azorado por la característica imprevisibilidad del resultado, el artista entra temerariamente en sí rebuscando artículos susceptibles de ser obras pero, a la vez, se libera de sí en cuanto extrae la mercancía, la reelabora y la convierte en arte.

Mediante este proceso el artista va realizando una exhaustiva depuración del yo y una procelosa extirpación de estos o aquellos dolores que ya no serán dolores sin más sino, acaso, doradas oportunidades para atender el estado de la salud, destilar belleza y, al fin, casi inesperadamente, aumentar la calidad de su vida.

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